Cruzamos miradas en
uno de esos bares que ya no existen. Uno de esos lugares donde uno podía ir a
tomarse unas cervezas sin quedar sin un centavo en la cartera, donde podía
fumar sin que los de seguridad se te lanzaran encima, y donde se podía bailar
sin tener que abrir los ojos para no tropezarse con la gente y hacer el
ridículo.
Me senté en la barra
con William y pedimos unos shots de tequila. Nada como empezar la noche con un
fuego en el esófago. No hay nadie que pueda decirme lo contrario. Empiné los 3
vasitos seguidos, mordí el limón y la miré de nuevo. Las miradas hicieron lo
suyo y sonrió con picardía. Era una mujer muy bella, de esas que uno tiene que ver. Su figura atraía a todos
en el bar y su escote seducía sin control. Noté que William la veía de vez en
cuando tratando de disimular pero nunca ha sido bueno en eso. No le reclamé
nada y vi como se ponía cada vez más nervioso y torpe pues se había dado cuenta
que yo sabía y que aun así no le había dicho nada. La mujer no dejaba de
controlarnos con sus ojos. Decidí hacer el mayor esfuerzo por no volver a verla
e invité a mi novio a bailar una salsa vieja de las que se bailan pegados.
La salsa produjo
éxtasis y ardor en el tope de mis piernas. Sentía a William crecer frente a mí
y supe que me agarraba fuerte, casi lastimándome, para no correr hacia donde
estaba ella. Decidimos volver a la barra y pedir unos cubalibres para calmarnos.
No pude evitarlo y me voltee a ver a aquella mujer que causaba intriga en
nosotros pero no la encontré en el rincón donde había iniciado el coqueteo. La
busqué con la mirada por todos lados y no pude verla. Le di un beso a William,
le prometí que regresaría en cinco minutos y nos iríamos a hacer lo que él
quisiera, y me encaminé al baño pensando que de seguro me la encontraría allí.
Me costó llegar hasta
el dibujo azul de una niña con vestido en la puerta. Las parejas bailando,
tomando fotos y bebiendo fueron obstáculos que tuve que evitar. Entré en el
baño y el ruido pareció desaparecer. Las voces y gritos huyeron y me sentí invadida
por el silencio. La vi en uno de los lavamanos fumándose un cigarro y
arreglándose frente al espejo. Las bebidas que me había tomado se mezclaron con
su presencia y comenzaron a hacer efecto en mí de una manera extraña pero deliciosa.
Había algo raro en
todo eso. Su dedo provocativo me indicaba que me acercara a ella pero su cara
expresaba miedo. Era un terror estimulante. Algo me llevaba hacia ella y no
eran mis pies. Cuando estuve rozando sus labios sentí sus uñas clavándose en mi
espalda. No me apretaba con pasión extrema sino con dolor.
-¿Qué quieres de mí?-
Le susurré. No dejé que me respondiera. –No, no me digas, sólo hazlo-.
Su expresión me decía
que estaba aterrada. Sus ojos aguados, su garganta atragantada queriendo gritar
sin poder lograrlo, sus manos destrozándome el vestido y llegando hasta la piel,
todo indicaba que necesitaba decirme algo. Se acercó a mi oído y en vez de
escuchar palabras tentadoras escuché una súplica. Fue corta pero precisa.
-Mira el espejo.
Encima del tercero. Ayúdame-.
Tan pronto como dijo
eso se dirigió a la puerta, la abrió, me miró con lágrimas en los ojos y
desapareció. No sé cuánto tiempo estuve paralizada pero tres golpecitos en la
puerta del baño hicieron que tomara conciencia. Sacudí la cabeza, me acerqué a
la puerta y desde el otro lado escuché a William preguntándome si estaba bien
pues había tardado mucho. Respondí que sí e insistió que abriera la puerta pues
me tenía una sorpresa. Me arreglé un poco el pelo, me sequé el sudor de la cara
y empujé un poco la puerta. Ésta, seguida por William, fue abierta con
violencia y se vino encima mío como una bestia sin control.
Le pedí que me
tratara con delicadeza pero sus mordidas de labio cada vez más fuertes y sus
manos subiendo por mi vestido me indicaron que quería destrozarme. En un
momento logré separarme de él y con una sonrisa en la cara sacó de su bolsillo
4 pastillitas blancas que me hicieron temblar. Eran mi debilidad y él lo sabía.
A partir de allí todo sucedió en cámara rápida. Me tomé dos pepas, le arranqué
el traje a William, lo lamí, rasguñé, pegué y mientras me penetraba encima de
uno de los lavamanos, gemí tan duro sobre el espejo que logré distinguir unas
letras allí escondidas. Un líquido caliente dentro de mí hizo que volviera a
enfocarme en lo que estaba sucediendo. Alejé a William y le dije que me
esperaba afuera. Me lavé la cara y estuve unos segundos mirando el espejo. Las
palabras de aquella mujer volvieron a mí, me recorrieron la espalda e hicieron
que me erizara.
-Encima del tercero-
había dicho.
Miré nuevamente el
espejo del tercer lavamanos y sin pensarlo acerqué mi boca hasta casi besarlo.
Suspiré y exhalé hasta descubrir todas las letras escritas. Me separé y leí
ME AGARRARON.
SECUESTRADA. HOMBRE DE TRAJE GRIS. AUXILIO.
Todo me dio vueltas.
Las pastillas no solían tener ese efecto en mí y me asusté. Me mareé hasta el
punto de enredarme con mis propios pies y tropezarme. Me arrastré con
dificultad hasta la poceta más cercana y comencé a vomitar sin piedad. Era uno
de esos vómitos que te hacen borrar la memoria. Esos vómitos que te limpian y
sacan lo podrido que llevas dentro. Uno de esos vómitos que parecen de
exorcista.
Una manga gris me
tomó por el hombro y me ayudó a pararme. Cuando subí la mirada y vi a William
lo único que hice fue sonreír. Estaba aliviada de tenerlo allí. Qué guapo se
veía con su traje nuevo.