Wednesday, May 23, 2012

El baño




Cruzamos miradas en uno de esos bares que ya no existen. Uno de esos lugares donde uno podía ir a tomarse unas cervezas sin quedar sin un centavo en la cartera, donde podía fumar sin que los de seguridad se te lanzaran encima, y donde se podía bailar sin tener que abrir los ojos para no tropezarse con la gente y hacer el ridículo.

Me senté en la barra con William y pedimos unos shots de tequila. Nada como empezar la noche con un fuego en el esófago. No hay nadie que pueda decirme lo contrario. Empiné los 3 vasitos seguidos, mordí el limón y la miré de nuevo. Las miradas hicieron lo suyo y sonrió con picardía. Era una mujer muy bella, de esas que uno tiene que ver. Su figura atraía a todos en el bar y su escote seducía sin control. Noté que William la veía de vez en cuando tratando de disimular pero nunca ha sido bueno en eso. No le reclamé nada y vi como se ponía cada vez más nervioso y torpe pues se había dado cuenta que yo sabía y que aun así no le había dicho nada. La mujer no dejaba de controlarnos con sus ojos. Decidí hacer el mayor esfuerzo por no volver a verla e invité a mi novio a bailar una salsa vieja de las que se bailan pegados.

La salsa produjo éxtasis y ardor en el tope de mis piernas. Sentía a William crecer frente a mí y supe que me agarraba fuerte, casi lastimándome, para no correr hacia donde estaba ella. Decidimos volver a la barra y pedir unos cubalibres para calmarnos. No pude evitarlo y me voltee a ver a aquella mujer que causaba intriga en nosotros pero no la encontré en el rincón donde había iniciado el coqueteo. La busqué con la mirada por todos lados y no pude verla. Le di un beso a William, le prometí que regresaría en cinco minutos y nos iríamos a hacer lo que él quisiera, y me encaminé al baño pensando que de seguro me la encontraría allí.

Me costó llegar hasta el dibujo azul de una niña con vestido en la puerta. Las parejas bailando, tomando fotos y bebiendo fueron obstáculos que tuve que evitar. Entré en el baño y el ruido pareció desaparecer. Las voces y gritos huyeron y me sentí invadida por el silencio. La vi en uno de los lavamanos fumándose un cigarro y arreglándose frente al espejo. Las bebidas que me había tomado se mezclaron con su presencia y comenzaron a hacer efecto en mí de una manera extraña pero deliciosa.

Había algo raro en todo eso. Su dedo provocativo me indicaba que me acercara a ella pero su cara expresaba miedo. Era un terror estimulante. Algo me llevaba hacia ella y no eran mis pies. Cuando estuve rozando sus labios sentí sus uñas clavándose en mi espalda. No me apretaba con pasión extrema sino con dolor.

-¿Qué quieres de mí?- Le susurré. No dejé que me respondiera. –No, no me digas, sólo hazlo-.
Su expresión me decía que estaba aterrada. Sus ojos aguados, su garganta atragantada queriendo gritar sin poder lograrlo, sus manos destrozándome el vestido y llegando hasta la piel, todo indicaba que necesitaba decirme algo. Se acercó a mi oído y en vez de escuchar palabras tentadoras escuché una súplica. Fue corta pero precisa.

-Mira el espejo. Encima del tercero. Ayúdame-.

Tan pronto como dijo eso se dirigió a la puerta, la abrió, me miró con lágrimas en los ojos y desapareció. No sé cuánto tiempo estuve paralizada pero tres golpecitos en la puerta del baño hicieron que tomara conciencia. Sacudí la cabeza, me acerqué a la puerta y desde el otro lado escuché a William preguntándome si estaba bien pues había tardado mucho. Respondí que sí e insistió que abriera la puerta pues me tenía una sorpresa. Me arreglé un poco el pelo, me sequé el sudor de la cara y empujé un poco la puerta. Ésta, seguida por William, fue abierta con violencia y se vino encima mío como una bestia sin control.

Le pedí que me tratara con delicadeza pero sus mordidas de labio cada vez más fuertes y sus manos subiendo por mi vestido me indicaron que quería destrozarme. En un momento logré separarme de él y con una sonrisa en la cara sacó de su bolsillo 4 pastillitas blancas que me hicieron temblar. Eran mi debilidad y él lo sabía. A partir de allí todo sucedió en cámara rápida. Me tomé dos pepas, le arranqué el traje a William, lo lamí, rasguñé, pegué y mientras me penetraba encima de uno de los lavamanos, gemí tan duro sobre el espejo que logré distinguir unas letras allí escondidas. Un líquido caliente dentro de mí hizo que volviera a enfocarme en lo que estaba sucediendo. Alejé a William y le dije que me esperaba afuera. Me lavé la cara y estuve unos segundos mirando el espejo. Las palabras de aquella mujer volvieron a mí, me recorrieron la espalda e hicieron que me erizara.

-Encima del tercero- había dicho.

Miré nuevamente el espejo del tercer lavamanos y sin pensarlo acerqué mi boca hasta casi besarlo. Suspiré y exhalé hasta descubrir todas las letras escritas. Me separé y leí

ME AGARRARON. SECUESTRADA. HOMBRE DE TRAJE GRIS. AUXILIO.

Todo me dio vueltas. Las pastillas no solían tener ese efecto en mí y me asusté. Me mareé hasta el punto de enredarme con mis propios pies y tropezarme. Me arrastré con dificultad hasta la poceta más cercana y comencé a vomitar sin piedad. Era uno de esos vómitos que te hacen borrar la memoria. Esos vómitos que te limpian y sacan lo podrido que llevas dentro. Uno de esos vómitos que parecen de exorcista.

Una manga gris me tomó por el hombro y me ayudó a pararme. Cuando subí la mirada y vi a William lo único que hice fue sonreír. Estaba aliviada de tenerlo allí. Qué guapo se veía con su traje nuevo.


Tuesday, May 15, 2012



MIRADA DE RON



Jessica no pensó nada cuando Tomás le dijo que llevaría a una compañera esa noche. A pesar de que le incomodaba en extremo la presencia de otra mujer y el hecho de tener que compartir su espacio, no hizo ningún gesto extraño. No era normal su reacción y tuvo que tocarse varias veces la frente para chequear que no tuviese una fiebre repentina. Las novias de sus amigos no eran ninguna amenaza pues ya tenían dueño y aún así a Jessica le daban sus toques de mujer alfa y montaba sus escenas de celos que siempre venían acompañadas de pataletas y berrinches. Sus ataques eran una mezcla entre una mujer hecha y derecha y una bebé quejona, malcriada y consentida. Esta vez no reaccionó de una forma negativa y nada raro pasó por su mente. ¡Esto sí que era insólito! Una mujer guerrera como ella domada y calladita en una silla.

La reunión continuó su orden normal hasta que sus amigos comenzaron a hablar de la “compañerita” de Tomás. Ahí estaba la obstinación esperada. Apareció poco a poco el pequeño demonio que Jessica tenía adentro y fue haciéndose notar. Al parecer la niña de Tomás era toda una sensación bajo la mirada masculina. Las descripciones sin ningún tipo de defecto comenzaron a irritar a Jessica y casi no pudo controlarse cuando todos empezaron a hablar maravillas de sus ojos. Que el color de sus ojos esto, que la forma lo otro. Ojos, ojos, ojos. Jessica se acomodó en su puesto varias veces. Un calor comenzó a recorrerla desde las orejas. Las sentía hirviendo a punto de explotar. La invadió un miedo incontrolable en la boca del estómago y comenzaron a salir a flote esas mordidas de labio y esas muecas que hacía cada vez que estaba a punto de estallar.

La mejor forma para calmar sus nervios y molestias, y la que siempre le había dado resultados positivos, era el licor. No pudo contener sus ansias y empezó a tomar de una manera descontrolada. Bebió un trago tras otro y no logró saciarse en ningún momento. Quizá si seguía tomando sentada y luego se paraba súbitamente, el licor tendría algún efecto en ella y podría hacer como si esa noche no hubiese sucedido. Quizá la bebida llenaría de nubes su mente y no tendría noción para el momento en el que llegara la niña querida por todos. Bebió. Se despegó de lo que estaba sucediendo a su alrededor y simplemente bebió. Después del octavo fondo blanco decidió cambiar de plan pues claramente el que tenía no estaba funcionando. La cerveza fue su elección. Tragó cada sorbo casi sin respirar hasta llegar al fondo de la botella, luego probó con un pitillo y hasta trató de beberla al revés, con la cabeza hacia abajo. Algún pendejo le había dicho que esas técnicas funcionaban a la perfección. Nunca había hecho lo que le recomendaban los demás y le dio un poco de vergüenza el haber empezado justo esa noche. La vergüenza aumentó cuando una voz entre la bulla le dijo

-La cerveza no te hará nada ¿por qué no pruebas con esto?-

Jessica se recuperó de su intento de ser contorsionista y miró la botella de Superior que le ofrecía la amiga de Tomás. No había necesidad de verle la cara pues el tatuaje en su muñeca de unos corazones unidos por un hilito maricón lo explicaba todo y reflejaba lo que había que decir de ella. Jessica pensó que esa tinta romanticona y pajúa reemplazando suicidios llenos de sangre, llantos y dolores la describía de la mejor manera posible. Amor en el lugar de los olvidos. Eternidad en el sitio de las estupideces. Promesas en el rincón de los errores. Todo indicaba que la noche sería un verdadero desastre.


Jessica soltó la botella de polarcita que se había convertido en una composición caliente de cerveza, saliva y moco y se dirigió a su invitada sin quitar la vista del tatuaje. Siempre había pensado que los tatuajes, al ser una marca para toda la vida, debía ser un sello que identificara a las personas. Algo que dijera algo del individuo. Algo que la retratara. Una especie de lunar o peca que atribuyera algo más y no que le quitara. Algo con carácter, con fuerza, con personalidad. Algo que gritara y que fuese un pro, nunca un contra. Unos corazones en forma de globo eran una verdadera estupidez y Jessica había aprendido que esos corazones que pintaba cuando tenía 8 años eran idioteces de carajita ilusionada.

-¿Te gusta?- dijo la niña mostrando su muñeca y obligando a Jessica a mirarla a los ojos y a darse cuenta que no era un mito lo de su belleza ni habladera de paja de esas que echaban sus amigos a cada rato. En lo que sí se equivocaban era en la descripción de sus ojos. No eran sus ojos. Era algo en su mirada. No sabía exactamente qué era y no tenía muy claro si quería o no descubrirlo.

-Son dos corazones en forma de ocho acostado­- continuó.

Jessica se dio cuenta que no había dicho ni una sola palabra y que había estado con cara de gafa todo ese rato. Le extendió la mano y de esta manera puso apreciar de cerca el tatuaje. Se dio cuenta que no eran unos corazones flotando como globos sino dos corazones representando la eternidad.

-Sí, pero corazones al fin- dijo Jessica sin poder medir sus palabras.

Se arrepintió justo después de haber hablado y tuvo que hacer algo rápido para que el momento incómodo pasara. Le beso la muñeca. Justo en el tatuaje. Le supo amargo. No sabía por qué lo había hecho. El gesto de desconcierto de la niña no ayudó para nada a que la situación fuese pasada por alto pero Jessica hizo su mayor intento por intentar olvidar todo.

Se sentaron en una mesa y Tomás se encargó de servir los tragos. Una frente a la otra no se quitaron la mirada de encima por el resto de la noche. Todo a su alrededor sucedía en cámara rápida. Las mujeres se mantenían inmóviles. Sólo la mirada bastaba. Después de varios sorbos de Superior, los rasgos se fueron aflojando, los músculos ya no estaban tensos y las sonrisas comenzaron a aparecer. Jessica estaba jodida. Estaba atrapada por la mirada de aquella niña. A ratos despegaba la mirada de aquellos ojos seductores y la enfocaba en el ron y era allí cuando se daba cuenta de lo que estaba pasando. Se sentía poseída y trataba de librarse mirando a sus amigos y distrayéndose pero esa mirada era como un imán. Al final, siempre volvía a ella. No hablaban, los ojos lo decían todo. En un momento dado, la niña levantó su mano y le mostró su muñeca. Jessica sonrío y volvió a besarle el tatuaje. Se quedaron un tiempo así. Agarradas. Jessica estaba confundida en medio de ese éxtasis y temor. Esa mirada cargada de ron la confundió y en medio de mareos y caricias tentadoras no pudo evitar dejar escapar unos gemidos que sólo fueron escuchados por su compañera. Lo nuevo, lo fresco y lo sencillo de aquella niña logró atraparla y cautivarla. Era suya. Esa mirada de ron la tenía prisionera.

Los shots de ron puro ofrecidos por la niña eran imposibles de rechazar y Jessica, encadenada a esa mirada, los pasaba sin siquiera degustarlos. Se sentía impotente y eso le encantaba. Algo en aquella chica la hacía vibrar y la hacía temblar en su asiento. El ron también ayudaba. Jessica no logró acostumbrarse a las cosquillas y encogimientos nuevos que ocurrían en su vientre y decidió disfrutarlos y tratar de expresar en sus caricias el placer que estaba sintiendo gracias a su nueva amante.


El licor fue haciendo efecto. Jessica se sentía caliente. Ardía por dentro. En algún momento creyó que el ron salía evaporado de su piel y entraba en los ojos de la niña quien ya era dueña de todo lo que salía del cuerpo de Jessica, de todo lo que pensaba, de todo lo que era. Suspiró. Era un amor embriagante. Un amor para siempre. Era inevitable. Su intento por odiarla la convirtió en rehén. Estaba condenada a ser suya y ser dominada, como esos corazones eternos, por su mirada de ron.