Hacía demasiado calor. Capaz era por eso
que me costaba tragar. Ni siquiera me costaba, no tenía saliva para hacerlo.
Estaba seco. Intente abrir los ojos pero la luz me lo impidió así que no tuve
más remedio que mantenerlos cerrados. Me quité de manera desesperada las
sábanas a ver si así me refrescaba un poco. ¿Por qué coño hacía tanto calor? Suspiré
y en seguida noté que el pequeño ruido que solía hacer el ventilador no estaba.
Traté de imaginar, muy ingenuo yo, que por arte de magia se había arreglado solo
aquel tornillo que nunca tuve tiempo de ajustar, pero pronto me di cuenta que
era estúpido pensar en estos milagros del señor y terminé por aceptar que se
había ido la luz una vez más. Estuve un rato acostado en el colchón en
interiores pero las pequeñas picadas de los mosquitos en mis piernas me
desesperaron a tal punto de tener que gritar y patalear con todas mis fuerzas.
Me senté de un golpe y restregué mi cara. Poco a poco me acostumbré a la
claridad y pude abrir los ojos. Un dolor de cabeza repentino me acalambró el
cuerpo entero y tuve que hacer un gran esfuerzo por no vomitarme encima. No
debería beber tanto. Cada vez se me hacen más difíciles las mañanas. Hice un
esfuerzo por recordar cuánto y qué había tomado pero no me vino nada a la
cabeza. A veces los recuerdos tardan en llegar pues aun están confundidos con
los sueños.
Mi habitación era un verdadero desastre.
Supuse que la rumba había continuado allí pues pateé varios vasos, botellas y
cigarros apagados en la alfombra mientras caminaba al baño. Cuando llegué al
lavamanos y abrí el grifo, no pude contenerme y bebí agua como si nunca hubiese
tomado nada en mi vida. Sabía que estaba mal y que me enfermaría pero no me
importó. Tenía sed así que bebí. El agua fría se sintió bien, tan bien que metí
toda la cabeza. Mojé mi cara y mi pelo. Quería meterme completo bajo el chorro
pero no soportaría mi peso y acabaría haciendo un desastre. Me sequé con papel
toilette porque no había más nada y miré mi reflejo en el espejo. Llegó el
primer recuerdo.
Había estado en un bar esa noche. Las
cervezas iban y venían en la mesa en la que estaba. Julia me agarraba la pierna
y mordía su labio inferior mientras me apretaba. Era obvio que el alcohol había
hecho su trabajo. La besé y en seguida sentí cómo su otra mano se posaba en mi
miembro. Mis manos buscaron hacer lo mismo y comencé a deslizarlas dentro de su
falda. Se separó de mí y al ver que me reclamaba y se alejaba, me quedé
perplejo. Una mano seguía en el bulto de mis pantalones y no era la de mi mujer
quien tras el episodio se había levantado e ido al baño. Tragué y voltee
despacio hacia mi izquierda. Carmen besaba a Pedro mientras me tocaba.
No sé por qué no hice nada. Pedro era un
buen amigo y Julia y yo estábamos casados. Dejé que Carmen me acariciara e hiciera
de las suyas. La miré mientras jugaba con su novio y de repente sentí la
necesidad de ser parte de ese juego. Bajé mi cierre y su mano comenzó a hacerme
caricias desde arriba hasta abajo. Estaba en la gloria. Cerré los ojos y
disfruté el momento. Era algo nuevo, fresco y excitante. Me sumergí en una
especie de goce extraordinario en el que sólo pude reaccionar cuando mi esposa
regresó y se sentó a mi lado. Traté de disimular con una sonrisa pero Carmen
cada vez me masturbaba más rápido. Alcancé una birra y me la tomé fondo blanco.
¡No fue buena idea! La cerveza lo que hizo fue acelerar el proceso. Intenté
contenerme pero un líquido caliente mojó mis pantalones.
Sacudí mi cabeza y volví a mirarme en el
espejo. ¿Qué carajo había pasado? No, debía ser mi imaginación. ¡Malditos
sueños que lo único que hacen es mezclarse! Tenía una rutina establecida con
Julia… me paraba todos los días a la misma hora, iba a trabajar, bebía con mis
compañeros y regresaba a casa… pero no era una monotonía. Además, me gustan las
repeticiones, me dan estabilidad. Odio los altibajos y los desequilibrios. Eso
no pudo haber pasado.
Salí del baño y al ver el cuerpo desnudo
de mi hembra, me abalancé contra él. –Tengo que dejar de beber- le susurré al
oído mientras la abrazaba por detrás. Su pelo olía diferente. Su piel no estaba
tan suave. En un arrebato la volteé y experimenté náuseas al encontrarme con la
cara de Carmen. Sentí asco cuando mi pene despertó y comenzó a buscar aire
dentro de mi bóxer. No pensé. No quise razonar. Con la impulsividad que me
describe la tomé del brazo y la obligué a salir de la cama. La insulté y
prácticamente tuve que arrastrarla a la puerta. Ella peleó y gritó pero yo no
escuchaba nada. No quería hacerlo. Abrí la puerta, la empujé, busqué su ropa y se
la lancé. Iba a cerrar la puerta de golpe cuando la vi reírse.
-Tan rico que la habíamos pasado-.
La odié. Tras el portazo, corrí a buscar
mi celular. Marqué el número de Carmen pero me salió la contestadora. La
calentura me tenía al borde de la locura. Las lágrimas salieron solas. Revisé
el celular y tras ver las diferentes fotos simulando ser artista porno, encontré
un mensaje:
Necesitas
esta experiencia para avivar nuestro amor
La maldije. En verdad, me maldije a mí
mismo. Di vueltas alrededor del cuarto. Rompí y lancé todo lo que tenía cerca y
caí agotado en la cama. Tenía la respiración agitada. Traté de calmarme. Agarré
el móvil nuevamente y me di cuenta que el mensaje que había leído tenía más
texto más abajo:
Estaré
bien. Estoy donde Pedro… Se me olvidó decirte que……
Yo
haré lo mismo.