Desde principios de febrero de 2014 se ha
presentado una crisis en las calles de Venezuela. Destacan unos héroes y otros,
lamentablemente, son arrastrados por la violencia. Una violencia que viola su primera ley de
proteger. Una violencia escondida y sin consecuencias por sus acciones. Una
violencia que pone a prueba los límites de la cordura de millones de testigos.
La Guardia Nacional Bolivariana ha
salido, no a resguardar la seguridad de los ciudadanos, sino a imponer la tensión
y disgusto entre ellos. Cientos de venezolanos han sido aprehendidos mientras
protestan por defender sus derechos humanos. Más de 500 detenciones y docenas
de estudiantes torturados con golpes, humillaciones, violaciones anales y hasta
con electricidad por parte de los organismos de seguridad del estado. No hay
límites para ellos y atacan a todo aquel que esté en la calle.
Frente a una ciudad que cambia sin cesar
la manera en la que se defiende, que quiere forjar horizontes en libertad, innovar
en formas de comunicarse, y expresarse en estructuras desafiantes, nos
encontramos a unos ciudadanos maravillados por el despertar del interior del país
y a personas dispuestas a entregarlo todo por el cese de la inseguridad y la
escasez.
Las Redes Sociales han sido el único medio
de expresión para los venezolanos frente al blackout informativo de la
televisión. Medios internacionales se asombran y solidarizan ante la situación
que vive el país y son ellos los que se encargan de transmitir lo que nos
ocurre. El mundo entero conoce nuestra circunstancia actual mientras hay muchos
venezolanos (gente que no usa el Twitter, Instagram ni el Facebook) que no
conocen la realidad, que creen que todo está en perfectas condiciones. Pero es
todo lo contrario. El país se ha despertado.
Los estudiantes, esta vez, no toman
ningún tipo de distancia. Dejan de ser los observadores atentos y críticos ante
los procesos de cambio de los cuales son testigos de primera fila, para tomar
las riendas de sus derechos. Algunos, ante lo que está ocurriendo, no pueden
ocultar su asombro y se atreven a revelarlo por medio de tweets y posts. No se
involucran completamente, sino que hacen el intento de envolverse en la
atmósfera y se expresan a través de imágenes y una cierta cantidad de
caracteres. Las opiniones en estos casos, ponen al descubierto la realidad del
país por un medio diferente al usual (tras el apagón informativo). Estos, se
han convertido en los ojos y oídos del país. Ellos son los encargados de que la
noticia del venezolano le dé la vuelta al mundo entero. Otros, un poco más
atrevidos, han salido a la calle sin cesar durante días y semanas. Manos
blancas, carteles, frases, consignas, vinagre y zapatos de goma parecen ser el
modo de gritarle al gobierno que están hartos y preguntarle por el dinero para
los hospitales, para el medicamento, para escudar la seguridad, y para, entre
muchas otras cosas, llenar los mercados de comida.
La ciudad parece que ha estado
formándose, nutriéndose de las protestas y creciendo de esperanza. El país abre
sus puertas ante el proceso de manifestaciones que se vienen dando. Empieza a
ser un paisaje de cambio, de polvo, de ruido, de basura quemada, de gritos, de
pancartas y de multitudes unidas. Los estudiantes entretejen sus pasos con los
de una marcha colectiva pendiente de atrapar la atención del gobierno y mostrar
sus inquietudes frente a un país que está desarmado, pobre y que encaminado a
hundirse.
La sociedad está rebelándose bajo el sino
de las contradicciones. Los estudiantes protestan tratando de convertirse en
una sola voz que exprese sus angustias. No es la forma de hacerse escuchar.
Pero es la única forma que tienen. Poco a poco más voces se unen. Zonas que
nunca habían sido partícipes del grito de auxilio se arman de valor y se juntan
al desespero.
Las ciudades van tomando forma en el
desorden, pero de un desorden necesario y buscado por más de 15 años. Van
aprendiendo mientras se despiertan que así como el zumbido de un solo mosquito
puede volver loco a alguien, un grupo de personas puede hacerse escuchar. El
camino es largo y las esperanzas, varias. Pero nada se compara con vivir con
miedo, con decir “por lo menos no te pasó nada”, con quitarse los accesorios al
ir en carro, por tener dos celulares por si acaso te roban uno, con tener que
comprar servilletas en vez de papel toilet y con la inseguridad de salir de tu
casa y esperar poder regresar.